jueves, 26 de marzo de 2020



Un llamado amorosamente feminista para estos días de crisis
Por Karina Sandoval (Marzo 2020)
Ilustración 1 - de Noelle MIrabella


Somos seres ecodependientes e interdependientes, desde que nacemos hasta que morimos necesitamos recursos de la naturaleza y de los cuidados de otros para poder vivir y mantenernos sanos. Es justamente durante la infancia, la vejez y la enfermedad los momentos en los que de más cuidados requerimos y son, a nivel mundial e históricamente, las niñas y las mujeres quienes hemos asumido esas tareas de cuidado, mediante todas esas rutinas cotidianas que permiten el sostenimiento de la vida (poner la alarma, cerrar la llave del gas, hacer el desayuno, tender camas, lavar ropa, ver qué hace falta en casa, convertir verduras, granos y demás recursos en alimentos ya comestibles, ir a hacer las compras, ayudar con las tareas del cole, bajar la fiebre, acompañar a citas médicas, dar los medicamentos, coser la ropa, dar sostén emocional en situaciones de crisis, entre muchos otros, que incluyen, por su puesto, los servicios sexuales que no pocas veces damos a nuestras parejas con el mayor o menor deseo, que nos ha dejado la agotadora e inacabable rutina cotidiana). Algunos datos de la economía feminista para entender el tema en su dimensión política, y económica:
Primer hallazgo, las mujeres que no trabajan remuneradamente en empresas, sí trabajan. En sus casas y con sus cuidados físicos, culinarios, sexuales, sanadores y emocionales, reproducen la fuerza de trabajo de los demás miembros de la familia para que ellos vuelvan a los sitios de trabajo con su fuerza laboral intacta. Es decir, nosotras también generamos plusvalía desde el hogar; que los Estados no lo reconozcan ni lo incluyan dentro de las cuentas nacionales es otro asunto, un asunto de la injusticia patriarcal-capitalista. Imaginen lo injusto que es que las mujeres "amas de casa" (tamaño eufemismo para no decir las "esclavas domésticas"), por no tener una relación contractual dentro del sistema productivo, no cuenten con seguridad social -salud, pensión, o subsidios, por el mero hecho de ser personas- sino que dependan para el goce de esos derechos, de si tienen o no un vínculo generalmente con un esposo o familiar  para que se los garantice.
Segundo hallazgo, en nombre de ese rol histórico que se nos ha designado, argumentando que estamos biológica y genéticamente diseñadas para ello, o que como somos naturalmente más amorosas hacemos mejor esos trabajos, muchas niñas no van a la escuela, son designadas para lavar la ropa de padres, abuelos y hermanos, cocinarles y claro, ayudar a la madre a cuidar de los hermanos menores. Esta exclusión ata a niñas y mujeres adultas a una vida de precariedad, vulnerabilidad y pobreza, porque al no tener acceso a la educación escolar perderán la capacidad de autodeterminar su proyecto vida y dependerán de una futura pareja que bien puede mal tratarlas y someterlas a tratos crueles y que difícilmente podrán abandonar, pues dependerán de ésta para que las "mantenga" económicamente a ella y a sus hijos, reproduciendo el ciclo de la pobreza generacionalmente, de ella a sus hijas y de sus hijas a sus nietas, sin fin. No en vano las mujeres somos las más pobres entre los pobres de todo el planeta.
Tercer hallazgo, las mujeres, en su gran mayoría y con o sin hijos, terminamos cuidando hasta el último día de nuestras vidas a quienes nos rodean, así estemos enfermas y agotadas. Con el madre solterismo predominante en la región Latinoamericana debido a la tendencia abandonadora de los hombres, a las crisis de las economías familiares, a los procesos migratorios y las nuevas tipologías familiares, los cuidados han seguido recayendo en las abuelas ya de por sí precarizadas. A esto es a lo que la economía feminista ha llamado la transferencia generacional de los cuidados, la delegación de los cuidados de hijos, nietos, personas en situación de discapacidad o enfermos, a las adultas mayores, que tampoco han contado con seguridad social y a las que nadie ha cuidado. Injusto, demasiado similar a la esclavitud.
Cuarto hallazgo, cuando en los hogares el tema de los cuidados no se puede resolver repartiendo equitativamente los oficios entre todos los miembros de la familia bien por el machismo de las parejas o por falta de tiempo, esas demandas de cuidados se resuelven a través del servicio de terceras personas pagas, que nuevamente serán mujeres. Esos trabajos los van a realizar, ahora sí remuneradamente otras mujeres, generalmente de los sectores más vulnerables, mujeres indígenas y afrodescendientes, racializadas y empobrecidas, así como mujeres migrantes latinas en Norteamérica y Europa. Son cadenas transnacionales de cuidados y de pobreza que sostienen la economía global. Allí, en esos contextos aparte de sufrir la precariedad laboral, muchas mujeres viven situaciones de violencia sexual naturalizada por parte de sus patrones como en tiempos de la violencia genocida de la colonia.
Quinto hallazgo. De acuerdo con casi todas las encuestas de manejo del tiempo realizadas en los países latinoamericanos, somos las mujeres las que, con trabajo remunerado o sin él, dedicamos más tiempo de la semana a los oficios domésticos y a las actividades de cuidado. Lastimosamente, debido a la educación que reciben los hombres en la cultura patriarcal, ellos una vez salen de sus hogares maternos al hacer vida de pareja, se convierten en una especie de hijos para sus compañeras. De hecho, según estas mismas encuestas, las mujeres que viven en pareja trabajan 8 horas más en promedio semanalmente, en actividades domésticas que las mujeres solteras. Debido a la masculinidad hegemónica, la mayoría de los hombres no saben cuidar y no porque estén biológicamente impedidos para hacerlo, sino, debido al machismo aprendido y reproducido en sus hogares de origen y, se ha evidenciado que el factor que ha llevado a que muchos de ellos estén empezando a involucrarse cada vez más en los oficios domésticos y la crianza de los hijos, no es su toma de conciencia, buena voluntad o solidaridad con sus parejas, sino que las mujeres cada vez más educadas y mejor pagas, han tenido mayor poder negociación, exigiendo a sus parejas lo que debería ser un sentido común, que no sean otro hijo más -eso no es ni romántico ni erótico-, que cuiden de sí mismos para no ser una carga y que cuiden de las personas que los rodean y los necesitan.
Ilustración 2 – Metáfora del Iceberg. Elaboración propia

Todo esto para decirles que debemos entender que cuidar es un acto absolutamente político del que depende la sostenibilidad de la vida en condiciones de dignidad para nosotros mismos y para los que nos rodean. Que nadie puede vivir sin depender de los recursos finitos de la naturaleza y que nadie puede vivir sin los cuidados y la dependencia de otros seres humanos es una verdad que se nos ha mantenido oculta, gracias a que el sistema productivo capitalista le ha dado valor únicamente a lo que representa ganancias monetarias, es decir, riquezas materiales. Ni de la naturaleza ni de los seres amados que nos cuidan podemos seguir abusando si queremos de verdad caminar hacia otros mundos posibles, más justos y equitativos.
Lo dice así, la fabulosa ecofeminista europea Yayo Herrero: “Esta cultura y esta manera de entender el mundo ha generado como una especie de fantasía de la individualidad y de fantasía de la independencia y percibimos que una persona de éxito dentro de nuestro modelo es una persona que no depende de nadie, cuando es imposible no depender de nadie. Todos y todas somos seres interdependientes, y no hay persona, por el hecho de seres humanos vulnerables y encarnados en cuerpo, que sea absolutamente independiente. Nuestro sistema cultural patologiza la vulnerabilidad y la dependencia como si fuera una especie de anomalía y, sin embargo, le denomina independencia a depender de un mercado al cual le importas bastante poco…"
Entonces, asumir el autocuidado y el cuidado de quienes nos rodean responsable y equitativamente, es de lo más feminista que podemos hacer, pero no solo en tiempos de crisis. Vivir una ética del cuidado, revalorando lo comunitario y siendo conscientes de lo que vale e importa la vida, para cuidarla y sostenerla, debe convertirse en una práctica cotidiana y más en estos tiempos feroces que estamos viviendo. Sin embargo, en estos tiempos de crisis por la pandemia también tenemos una oportunidad enorme de ser más justos y justas con esas mujeres de nuestras familias que nos han cuidado desde que nacimos. 
Hay cuarentena, ¿estás aburrido-a? No te quedes en cama esperando que mágicamente la mesa se sirva o la casa se limpie... Haz tu parte, libera a abuelas, madres, hermanas mayores, tías, primas, de esa esclavitud milenaria, esa es una de las primeras y más importantes revoluciones que debemos librar cuando nos enunciamos como feministas. Y si lo haces no te creas la versión moderna de la mujer maravilla, es tu responsabilidad. Piensa que, por ejemplo, por el solo hecho de existir ya generamos mugre, cuando entramos con los zapatos sucios de la calle a la casa, cuando comemos y quedan ollas y platos sucios, cuando nos bañamos o cuando hacemos diferentes actividades que luego van a generar residuos para organizar y sacar al carro de la basura. 
¿Te da más hambre el encierro? Cocina algo, ofrécete a hacer el almuerzo, pero no un solo día, porque comemos mínimo tres o dos veces al día (quienes gozamos de ese derecho claro). Haz un postre rico y sírvelo a tu abuela o madre y luego lava la loza sucia, que parece que se reproduce como maldición eterna. 
Deja de chatear y estar en redes sociales aplaudiendo de forma esnobista a los médicos y posteando cosas sobre la solidaridad del nuevo mundo que estamos pariendo -que también es válido claro-, y mejor pregúntale a la abuela o madre que si están cansadas, que si tienen miedo y consentílas. No reenvíes tanta información inútil que circula sin antes hacer un filtro vital, recuerda que en tu lista de amigas puede haber, por ejemplo, personas que ya vienen lidiando con estados de ánimo complicados antes de la crisis y ahora se les han agudizado. Recuerda que también puedes tener amigas que son madres solteras que están muy solas y viven con sus hijos e hijas y que son el soporte emocional de ellos, no las agobies con información catastrófica que daña y finalmente no sirve para nada. Recuerda que también puedes tener amigas que viven solas, que hablan con poca gente y no necesitan nada de esa sobre información que circula generalmente con fake news... y si te apetece saber cómo están esas amigas, llama, manda mensajes personalizados y no mensajes masivos o en grupos llenos de alarmas y basura. Eso, pensar en los cuidados también es un asunto político urgente. Es cuidar la vida, cuidar la salud mental de las que quieres, es poner en el centro la vida.
Ilustración 3 – Elaboración propia.


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