EL FEMINISMO Y LA MATERNIDAD ¿OPCIONES EXCLUYENTES,
IRRECONCILIABLES?
He visto y analizado
con inquietud y molestia, esta imagen que circula por las redes sociales con la
cara de uno de los más grandes genocidas en la historia de América Latina
–Pinochet- con el mensaje “Su madre no tomó la píldora”…
Después de pensar qué
era exactamente lo que me molestaba de la imagen, concluí que me molesta porque
este mensaje culpabiliza a la mujer-madre de Pinochet, no sólo de haber parido
al genocida, además, el mensaje automáticamente proyecta la idea de que si esta
mujer hubiera planificado- abortado, Chile no hubiera vivido tanta barbarie, es
decir, esta mujer-madre es tanto o más culpable que Pinochet por los muertos,
desaparecidos y torturados durante la dictadura.
Me quedó un sinsabor al
analizar el mensaje, porque claro, no es la primera vez que en campañas por la
liberación y los derechos de las mujeres aparece la figura de la madre como la
antítesis de la mujer feminista, liberada y progresista que el mundo necesita
para lograr la transformación hacia la equidad de género. Para ser sincera,
me recordó una canción popular de la que me he reído y hablado con algunas
hermosas y brillantes amigas. En ella se expresa de manera jocosa, satírica,
patética, pero también con un brutal realismo, la idea de que algunas mujeres
están “en la olleta”, jodidas. Esas mujeres son proyectadas y ubicadas allí,
no sólo porque la liberación sea –o no- para
las ricas, o por los chinos que toca
mantener o el marido que les da en la
geta como lo canta a pulmón la mayor exponente de la narco-tecno-cumbia de
Colombia, Marbel (ver en: http://www.youtube.com/watch?v=kRJnKzJwBXc),
sino, porque el sujeto mujer-madre es visto por algunos sectores y pares
mujeres como remedos de mujeres o mujeres incompletas, que claudicaron ante el
destino manifiesto que la institución maternidad por naturaleza les imponía.
Esta imagen me hizo recordar también las palabras de algunas feministas
poscoloniales latinoamericanas, que remontan los orígenes del pensamiento
feminista latinoamericano mucho antes de lo que oficialmente se reconoce –que
es en el feminismo de las mujeres sufragistas norteamericanas en los años
50´s-. Esos orígenes, se ubican en el proceso de la colonia española que vivió
América Latina (Curiel, 2009), y estuvieron protagonizados por mujeres
mestizas, indígenas, africanas y afrodescendientes, que a través de formas de
resistencia como el cimarronaje, el rescate, el palenque, el suicidio y claro,
EL ABORTO, ante el producto de una violación a manos del amo-colono o bien,
ante la decisión consciente de no parir hijos esclavos para el sistema
colonial; también resistieron apostándole estratégicamente a la maternidad como
forma de prolongar su etnia, su cultura y sus raíces (Carneiro, 2001; Carosio,
2011).
Esas mujeres
invisibilizadas en su momento, o mejor, en varios momentos pasados y presentes
por el feminismo eurocéntrico y homogenizante
de donde sea que venga, posiblemente no cumplan con el canon de estética
feminista (Ziga, 2009) y mucho menos cumplan con el ideal blanco, burgués y
civilizatorio-moderno de la mujer exitosa (trampa denunciada por Lagarde,
1999), esa mujer que se reconoce como el símbolo del feminismo a nivel
internacional; pero, mediante su fuerza, su resistencia y su ejercicio de la
maternidad estratégica y consciente posibilitaron y participaron en la
liberación americana de la colonia y en la continuidad física, cultural y
social de las diferentes etnias que perviven en el continente.
No escribo estas líneas
en contra de los movimientos de mujeres en pro del aborto, escribo en contra
del lenguaje –que produce realidades simbólicas y sociales-, y que reproduce
estereotipos y excluye. Escribo a título personal pero invoco a esas
mujeres-madres y no madres, indígenas, afrodescendientes, empobrecidas y
empoderadas de América Latina, con el derecho y la dignidad que me permiten
decir hoy, desde mi lugar situado (Haraway, 1991) que soy feliz y
conscientemente madre y que esto no me ha imposibilitado ser una excelente
estudiante, profesional, investigadora y activista. Probablemente no me vean a
mí y a muchas otras mujeres-madres, marchando con pintura roja –simulando
sangre en mi rostro, golpes en mi cuerpo, pues hay que resaltar el dolor y la desgracia de ser mujeres siempre- pero
reivindico mi lucha diaria cuando enfrento de puertas para dentro y cabe decir
que hasta en los salones de clase, la cara más resistente, rígida y brutal del
patriarcado. Allí, a veces mientras en silencio lavo platos y pienso en mi
tesis (como lo hace Audre Lorde, 2003), pero otras veces dando teteros o
cantando rondas infantiles en versión antisexista y tarareando las vocales,
allí también resisto y, posiblemente, si algo de esto lo hago bien hecho – y no
he dado a luz a un genocida como la desafortunada madre de Pinochet-, crío, amo,
cuido, sostengo la vida de uno, dos, tres o hasta ocho niños y niñas, que serán
los futuros adultos que le darán continuidad y sostenibilidad a esas luchas
iniciadas por nosotras, las mujeres madres y no madres, esclavas, indígenas en
resistencia, sufragistas, políticas y radicales….
A aquellas mujeres que
han decidido autónoma y conscientemente no ser madres, todo el respeto, el
apoyo y la admiración por la fuerza con la que deben enfrentar las cruzadas
evangelizadoras diarias, que quieren imponerles una maternidad naturalizada, perfecta,
idealizada e institucionalizada tiranamente (Badinter, 80´s). Ya sabemos que la
maternidad no es el único camino, pero tampoco se debe caer en el extremo de
menospreciarla, desconociendo su valor y el esfuerzo que implica. Compañeros y
compañeras activistas, antisexistas, ambientalistas, objetores de conciencia,
de movimientos por las diversidades sexuales, de presos políticos y demás, compartimos
sus causas y sus luchas porque también son nuestras, no queremos para nosotras,
nuestros países ni para nuestros hijos e hijas que sean víctimas del sexismo,
la discriminación, el racismo, ni la guerra y por eso pido que piensen bien antes
de señalarnos como poco productivas para los procesos de resistencia y
revolucionarios, bajo la idea de que parimos genocidas y otras podredumbres
humanas.
Todo lo anterior para
decir nuevamente, ojo con el lenguaje porque éste produce realidades simbólicas
y sociales, que pueden excluir y estereotipar a “otros y otras” que suponemos
aliados o que creemos representar.
Con
todo el respeto y la fraternidad, les comparto un desahogo humano, femenino,
maternal, suramericano y político.
Karina Zapata
karinahistoriahoyunivalle@gmail.com